lunes, 1 de agosto de 2011

Un día en la vida de: Un agente de brigada (parte 1)

El reloj marcaba las 6.02, era tarde por dos minutos para Marcos. Se levantó tan rápido como su cuerpo y mente podían con menos de tres horas de sueño. Lo que lo despertó realmente fue el sobresalto de despertarse en un pequeñísimo comedor. Había dormido en el suelo, de ahí, su dolor de espalda. ¿Cómo fue que no durmió calentito y cómodo en casa con Alejandra?
La respuesta vino a él como un haz de luz, las escasas dos horas y pico de sueño, también tenían que ver con lo mismo. Anoche había hecho, de manera muy desordenada y apresurada su bolso. Ya que, cansada de idas y venidas, Alejandra lo había echado de la casa que juntos habían sembrado, cual perro pulgoso.
Con la suculenta respuesta en mano, se elevó como un monstruo en medio de una ciudad destruida. La vista desde allí era horrorosa, pero también era un golpe frío de realidad en la cara dormida de un hombre cuya vida parecía desmoronársele en las narices. Nunca fue de quejarse mucho, pero ciertamente esa casa era un desorden, aunque cabe agregar que estaba mucho más en regla y mejor parada que él.
En el baño, no pudo creer que REALMENTE estaba en la casa de su amigo, ahora más que nunca, obvio. En otro ataque de memoria, recordó que Pato le abrió la puerta de casa con el tenedor en mano. La expresión de Pato al verlo con el bolso y la cara estirada de tanta mala racha fue más de resignación a la historieta repetida y preanunciada, que de asombro como cualquiera esperaría.
Aquella noche había terminado con ambos tomando una cerveza y viendo televisión, muy tarde por cierto.
Luego de una media hora un tanto larga, Marcos salió del baño y era más joven y más apto para aquella ciudad. Se calzó el jean que más le gustaba, una camiseta blanca y sobre ésta una camisa negra. Sólo tenía las botas, ningún otro calzado. Eran unas texanas negras, con bordados ya un poco gastados, sin embargo, eran adecuadas para afrontar un día como el que se le aprontaba.

Según algún noticiero hacía frío aquel 4 de agosto, pero Marcos prácticamente no escuchó la temperatura, ni mucho menos el pronóstico para la semana. Se distrajo al escuchar que ese lunes era 4 de agosto, se perdió en sí mismo. Las palabras se alejaban perdiendo fuerza y volumen, él comenzaba a flotar. El comedor ahora era gigante, ahora era universo. Sus ojos no miraban a nada en especial pero estaban fijos, duros, sin posibilidad de movimiento. Todos sus problemas tenían una razón más allá de lo lógico. Y se sintió “feliz”. El 4 de agosto pudo explicarle todo.
Marcos siempre sintió que los 4 de agosto eran días especiales, y vaya si lo eran.
Aquella fecha para él había significado, desde pequeño, días de cambios, de cosas raras, de mucha suerte, de victorias y también derrotas. Este 4 de agosto era duro, pero no por eso peor que otros, Marcos sabía bien como arreglárselas y no era de quejarse de las cosas que merecía. Sus castigos, sus merecidos pagos, según él.
No hay dudas de que el 4 de agosto es un día en que sus ancestros, su Dios o algo simplemente mayor que él influyen en su vida. Tal vez sea la única forma que tienen sus… “
Valla a saber qué”, de marcarle el camino año a año.
Sea lo que sea, este 4 de agosto Marcos tenía que vivir, así que salió al trabajo, bajó los dos pisos por escalera y el frío lo azotó. Llegó corriendo a la vereda donde había estacionado su auto y subió al Polo de color gris metalizado. Notó que no lo había cerrado. Pudo haberse complicado bastante más aquel día ancestral suyo, era fácil para Marcos imaginar su incredulidad al ver que su auto ya no estaba.
Agradeciendo que sea la imaginación y no un recuerdo, arrancó el coche, encontró una campera de jean y se sintió aún más aliviado. Tal vez le agradeció a sus Valla a saber qué, o tal vez, a su Dios.
Necesitaba velocidad y el vehículo, ahora en Nafta, respondió muy bien a las necesidades de su dueño. Nunca en todo el apurado recorrido encendió la radio ni puso ningún CD, simplemente no podía, no necesitaba nada más que su estrujado cerebro para distraerse durante el viaje. Su mente lo torturó con preguntas huérfanas de respuesta durante los 16 minutos de viaje.
Una cuadra antes de llegar a su oficina, vio que la calle donde se encuentra su brigada estaba cerrada por los predeciblemente inoperantes uniformados. Siempre los odió.
Llegó hasta la barricada, y cuando llegó el oficial, Marcos estaba sacando de su bolsillo su identificación. Antes que el oficial pudiera si quiera abrir la boca le dijo – La estoy buscando – con la peor cara que pudo esbozar. Sacó la placa, sin dudar se la entregó al oficial.
Marcos estaba apurado, pero, por lo que pudo ver el oficial no. Le costaba entender qué tenía de malo la placa que tardaba tanto en dejarlo pasar.
La placa tenía toda la información necesaria. ¿Acaso no podía leer la leyenda “Marcos Cuevas. Agente de brigada, etc.”?
Cuando decidió que una puteada le encajaba perfecto al uniformado, éste le abrió camino hacia su lugar de trabajo, su único verdadero refugio, su rutina, su “vida soñada desde pequeño” (siempre quiso ser algo así como un detective).
Mas aliviado que nunca, llegó al trabajo y muchos de los que siempre le daban la bienvenida, todavía no habían llegado. ¡Cómo cambia el mundo cuando uno llega temprano!
 Abrió la oficina, acomodó unas hojas de un papeleo que era un desastre y, como aún no llegaba el capitán Masstellon, se encaminó a comprar tres docenas de facturas para toda la brigada.
Era justo que hoy las comprara él, además necesitaba tener un buen día, y no hay mejor forma de sacarle una sonrisa a algún agente de la brigada que con un buen churro o una medialuna.
Las compraría donde todos lo hacen, en La amapola, eran realmente muy buenas facturas, pero lo importante era que allí aprovecharía para cruzarse “casualmente” con Nina, su amante, si lo decimos con finura.
Hacía ya año y medio que Nina trabajaba en la Amapola y unas cuantas semanas menos que se conocían. Los rumores de una joven hermosa cerca viajan rápido de oficina en oficina y de escritorio en escritorio. Esta vez, el más astuto había sido Marcos, que se encontraba con ella casi día por medio. Pero esta vez quería arreglar para tomar un café parados en la puerta de algún bar. Marcos sinceramente carecía de tiempo, y a ella la excitaba esa vida ajetreada de policía neoyorkino que él llevaba. Esta vez hablarían de la separación de Marcos y ella dejaría de sentir la excitación de ponerse a tiempo el corpiño para no ser descubiertos, pasaría a ser la aburrida y abandonada novia de un agente de la brigada de la vuelta.
Lo pensó dos veces y optó por darle la emoción que aquella joven necesitaba sentir, por ahora estaría casado “felizmente” hasta nuevo aviso. Las dos cuadras se pasaron rápido pensando qué hacer con aquella chiquilla, pero la decisión estaba tomada, no diría nada respecto de la separación.
Entró y sacó número, había dos personas delante suyo, pero por ser de la brigada fue atendido antes que los demás. Con una sonrisa saludo a Marta, una mujer de unos 60 años que jugaba a ser la tía pícara, perspicaz y hasta la concejera de todos los agentes. Marcos pidió un café doble, sin azúcar (él es un tipo duro, es lógico, usa botas texanas y jeans. Un hombre así no puede tomar café dulce) y las tres docenas de facturas, elegidas todas por Marta que conocía al pie de la letra el surtido para la brigada.
Quien ante la mirada intrigada y de búsqueda de Marcos, agregó:
– La nena no está, faltó. Llamé a la casa y nada, le mandé un mensaje y nada.
– No la estaba buscando a ella, buscaba… bueno si la buscaba a ella, gracias Marta.
– Toma corazón después pasá, capas que viene más tarde, imaginate, es lunes. Si ayer salió, se acostó tarde, vaya a saber con quién… Debe estar durmiendo – dijo Marta provocando la profunda duda en Marcos
– Basta Marta, voy a estar pensando todo el día
– Dale anda, un beso
– Chau, si la ves, que me mande un mensaje
Marta no entendió porque ahora Marcos podía recibir mensajes de Nina, pero entendió que algo estaba cambiando.

Marcos llegó a la oficina que comparte con Lombardi desde hace 6 meses. Y a decir verdad, Lombardi es el mejor desde… bueno desde hace mucho tiempo. Cuando llegó, trajo el plato de facturas que a ambos les corresponde consigo y Lombardi se sorprendió de que fuera Cuevas quien lo traía.
– Buen día señor, no puedo creer que traiga las facturas – dijo Lombardi con la mejor cara que tenía a las 8 de la mañana.
– A mi me molesta que vos estés tomando mi mate – Lombardi realmente era muy bueno, tal vez deba ir a vivir a su casa ahora que es un vagabundo
– El que sigue es tuyo
– ¿Cómo viene la cosa hoy?
– Complicado che, hay dos asaltos, pero tenemos tres fiambres. Una vieja en el primero, pobre le sacaron 200 pesos. Y una parejita en la plaza, ese es el segundo.
– Te digo, hoy no es el mejor día, hoy manejas vos, interrogás vos, te necesito despierto Lomba
– Si, lo que no entiendo es que mierda hacemos que no estamos en la calle, entré a la brigada para no andar investigando ni nada, quiero correrlos a los hijos de puta estos, quiero perseguirlos en el auto a los tiros.
– ¡Me haces reír el orto, pibe!
– ¿Eso es difícil?
– Jajaja. Esto no es una película yanqui, sabes cuál es la idea del pajero de Masstellon, quiere trabajar en conjunto con los muñecos de torta esos, con los poli. Y como creen que estamos atrás de una banda grande, tiene que parecer que nadie investiga. ¿Querés que te diga? Esto es una pajereada grande como una casa. Al viejo este de Masstellon lo borran en un par de semanas.
– Yo no me lo banco mas, es muy pelotudo
– No sos el único
– Tome un mate – a veces jugaban a tratarse de usted
– Agarra tus cosas y vamos, sabes donde es, ¿no? – dijo atragantado con el mate y la medialuna
– Si, si. Vamos
Salieron los dos, uno, un policía duro de casi 50 años, con métodos poco ortodoxos, pero eficaces. Barba candado y la cara azotada por problemas de variables índoles. Es de esos que uno nunca sabe bien si son motoqueros o asesinos, o peor. Es también un hombre fuerte de espaldas anchas, brazos fornidos, pelo castaño claro, hoy teñido por los problemas afrontados y los años vividos tratando de que la justicia les llegue a todos.
Sus ideales concisos como estandarte y alma de rockero.
Un hombre con aliento a café, cigarros y mate amargo. En buena forma para su edad. Un todo terreno de la vida.
El otro, un joven de menos de 30 años orgulloso de ir camino a ser un Marcos Cuevas como Dios manda. La vida en veremos, pero lleno de expectativas. Como fuera alguna vez, hace años, su compañero e instructor.

Este 4 de agosto era un día movido en la brigada, pero a pesar de eso, todos trabajaban en silencio. Hasta se escuchaban los pasos firmes de las botas de cuero negro de Marcos.
Salieron directo al Polo, Marcos le dio las llaves a Lombardi.
– Me quedé sin puchos anoche, pará en algún quiosco – esa ciertamente había sido una noche movida, y era también la mejor excusa para terminar con dos atados de parisiennes box
– OK – respondió rápido Lombardi
Salieron, y por el corte de la cuadra de la brigada, debieron tomar otro camino pasando por delante de La amapola, desde donde Marta le hizo una seña de que Nina no había llegado aún.
– ¿Sabes por qué carajo cortan la calle estos forros? – dijo entre enojado y resignado Marcos
– Ni idea, cometa no levantan ni en pedo. Si se entera Masstellon se arma la gorda, es el patio de nuestra casa. Así que sin la opción de la cometa. No sé, che
– Forros – dijo entre los colmillos Marcos
La radio hablaba de las elecciones venideras y de una entrevista con un candidato. Nada interesante.
– ¿Dónde vamos primero?
– A hablar por lo de la vieja. Si me preguntas, no le robaron. Tenía 7 tiros a quemarropa y los 200 pesos son para despistar. Además, adivina qué
– No me vengas con forradas. Decime y fue – dijo con la voz bien ronca, rasposa y profunda
– Veo que no es tu día. Me obligas a ayudarte y sacarle lo divertido. Bueno, la vieja es la abuela del “Titi”
– Me dijiste en la brigada que fue un asalto, pajerto
– Hoy estas dormido
– Hoy estoy pelotudo
–Atrás tuyo estaba Fernández – Fernández es una especie de mezcla entre larva, buitre y sanguijuela que anda tras los laureles de los demás. Nunca fue un agente de raza ni mucho menos, es más un movilero de espectáculos que un agente. Sin decir que, hace unos años, tuvo el puesto que hoy ocupa Lombardi. Y si, Marcos nunca lo pasó y la relación (o mejor dicho, Marcos) llegó al punto de que Fernández quedó casi inconsciente con 3 piezas dentales menos. Aquella vez, solo suspendieron a Marcos, quien no tardó en aprovechar las dos semanas de suspensión para obtener las mejores tomas de Fernández subiendo a su coche a un travesti más fornido que el mismo agente que le quitó dos paletas y un canino.
Luego, el mismísimo Marcos empapeló la brigada entera con las fotos. Así, hoy a Fernández se lo conoce como el come travas de la brigada.
– Gracias pibe, imaginate que ya estaría atrás nuestro el enfermo ese, buscando cómo andar un paso adelante. Ahora, decime, ¿el Titi no está sopre?
– Si, por lo de la frontera
– Entonces debe haber hecho alguna cagada pero desde adentro
– Alguno pegado hay seguro
– No sé qué mierda hacer, no sé si ir a preguntar. Es más, no sé qué mierda preguntar. Vamos a quedar en offside.
– Masstellon me habló hoy y me pidió que hablara, que averiguara por alguna cagada del negro de mierda este de Titi
– Si, pero a veces me sorprende qué boludo puede ser – dijo mientras prendía el primer cigarro del día.
– ¿Jugará para nosotros?
– ¿Si es puto?, capas, y. ¿Si es un mafioso de mierda?, puede ser. ¡Tendríamos que ser todos unos forros de prima!
– Acá es…


Continuará en la próxima entrada de Un día en la vida de: Un agente de brigada