Estaba girando, la música giraba, todo giraba, mientras yo corría intentando subir, cual si fuera una calesita y yo un niño desahuciado que intenta colarse en esa calesita donde todos son asquerosa y normalmente felices. Como en una pesadilla, algo me ralentizaba, no me dejaba llegar, e hiciera el esfuerzo que hiciera, jamás llegaría.
Como es costumbre, no puse lo mejor de mí, sino todo, absolutamente todo. Quedando totalmente exprimido y asi, me volví, en pocas horas, un adefesio que no puede ponerse el disfraz. Me vi obligado a caminar por la city desnudo, lastimando y desgarrando todo lo que se lo merecía. Me volví agriamente sincero y perdí toda capacidad de filtro.
Algo más… natural estaba sobre mí
Pero ¿Qué me frenaba realmente?
Creo que esa pregunta me castigó las últimas 4 noches de “sueñus interruptus”.
Hoy una parte de mi tomó la delantera en intentar responder esa pregunta. Llegamos a la conclusión de que hay algo, algo en todos. De eso quiero hablar, necesito hablar, mejor dicho.
Obscuro? pasajero
Hace un tiempo, las circunstancias trajeron hasta mí un concepto que está implícito en todos, un concepto que no había tenido en cuenta. Este concepto habla de un obscuro pasajero que supuestamente alguien tiene. Esta obscuridad, llevaría a ese alguien a hacer cosas que no debe, mientras ese alguien no puede más que tratar de no ser atrapado. El concepto aparece en una ficción pero esta semana se encargó de llevar el concepto más allá de la línea que separa la realidad de la ficción.
En mi opinión, todos tenemos ese pasajero, algunos más obscuro que otros, pero a fin de cuentas todos tenemos alguien sentado en el asiento trasero, con los ojos hundidos en su cara sombría, esperando el momento menos adecuado para golpear el volante y hacer que nos estrellemos con la realidad.
Lloviznaba de a diminutas gotas heladas en las ochavas…
– ¿Qué tengo, qué me frena? – dije mientras intentaba cruzar la calle atestada de agua roñosa que ya jamás servirá para fines humanos. Lo dije sin esperar una respuesta ni mucho menos. Es más, no fue una pregunta, fue una queja, un sollozo.
– No sé si tiene algún nombre, pero lo que te frena es parte de vos – respondió algo desde mis adentros – Es un acompañante que, desde el asiento trasero, espera para destruir el perfecto orden de tus ideas. Espera para quemarte con acido de adentro hacia afuera en la forma más lenta posible, saboreando los restos que quedan de tu mente, lamiendo el suelo, disfrutándolo con expresión de morbo y cinismo. Tiene tu cuerpo, tu cara, pero no es todo vos, es una parte – ya nada me rodeaba, sólo podía escucharme – a veces creo que es el instinto, que todos, en algún lado de nuestro ser, tenemos – eso me reconfortó y me puso más cerca de la tierra. Ahora estaba mirando al suelo y me había pasado varias paradas. No bajaría, sin embargo, hasta que ese discurso terminara – ese instinto es el que te hace un guerrero, te prepara para cada golpe y te ayuda a ponerte de pie luego de cada caída. Pero, como una bestia feroz y rabiosa, es impredecible, porque es sanguíneo, animal, antiguo, es una herencia. Viene desde tus inicios, corre a toda velocidad por tus venas, como un virus. Sin embargo es tuyo, es único, es tu historia y es peligroso también. Te puede defender hoy, y puede destruirte en cualquier momento. Seguramente hayas visto su cara muchas veces. Seguramente tuvo en sus manos el volante otras tantas y seguramente no hayas hecho más que mirar cómo perdías el control. Lo mismo te pasa ahora, tu instinto se escapó, cortó con los colmillos el cinturón de seguridad y está sentado a tu derecha sonriendo. Es tu copiloto ahora. Y espera su momento, VA A TOMAR EL VOLANTE, y lo único que podrás hacer es ver cómo toma tu vida y cómo te toma a vos, deberás intentar que nadie sea atropellado. En un segundo plano, vas a estar y desde allí deberás tratar de tirar el freno de mano antes de despertarte dentro de un chaleco de fuerza y rodeado de paredes acolchonadas, o peor – El silencio se apoderó de la calle.
Estaba completamente sólo y eso que me respondió se había ido sin despedirse.
Ya estaba perdido. La calle estaba fría y gris como el cielo. Me sentí inspirado, había nuevos vientos dentro de mí. El huracán había pasado y el aire se renovaba, mi mente brilló unos segundos y floté, es lógico. Ahora sólo me queda aguantar y aprender a ser yo quien tenga el asiento de conductor.
Cómo nos enseñan desde niños, debemos controlar nuestros instintos, nuestros pasajeros.