viernes, 4 de noviembre de 2011

Un día en la vida de: Alguien que vuelve del infierno


Era la tercer semana y ya sentía tener el coraje necesario para volver a entrar. Imaginó todo muerto, imaginó las hojas amarillas de la historia que la vida le había escrito. Había imaginado que su vida, la anterior, la única vida, en realidad, estaba en polvorientos VHS, era lógico tener ese temor. Él siempre había estado actualizado, pero su vida se detuvo esta vez. Los calendarios morían, sí, pero su vida se detuvo mientras se plegaba su seca y áspera piel. Pero ya era tiempo de volver, porque es lógico.
También el temor es lógico. ¿Qué sentiría al ver sus plantas muertas, sus sabanas viejas hechas pavesas y su casa, vacía de amor y familia, parte de una foto arruinada por lágrimas de culpa?
Él había sido el rey, el dueño, el responsable. Pero él se fue hace 25 años.

¿Seguirá siendo el mismo almacén? ¿Qué será de su mate favorito? ¿Y el naranjo?  Tal vez esas preguntas lo ataban, pero a su vez lo ahuyentaban.
Las respuestas eran más que obvias, nada será exactamente lo que fue.
Pero ¿Podría desatarse algún día y huir?
Todos dirían que es un tipo duro, uno de esos policías capaces de estar de pie frente a la mayor de las atrocidades. Pero su casa, la de su mujer, sus hijos, era todo lo que tenía como conexión a sus sentimientos, a sus sensibilidades, su pasado, su familia. ¿Qué sería de él sin ella? ¿Qué diría mamá?
Tenía que ponerse los pantalones y entrar. Fueron tres semanas de dormir en las plazas como un ilota de sus culpas y ya no podía verse más como un idiota, lúgubremente deprimido.

Entonces, actuó, juntó monedas y se fue. El 80 tampoco era el mismo, pero por suerte, el recorrido sí. Luego de un rato estuvo en “casa”.
La casa… la casa, ¿era esa? Ahora estaba rodeada por nuevas fachadas y altos edificios, desentonando, como detenida en el tiempo, pero a su vez azotada por éste. Los vidrios teñidos por lluvias de viento y barro con que el tiempo la había marcado. El jardín que había sido el prolijo jardín de su esposa, hoy era una maleza de pastos altos y aloe veras que mataron toda planta que alguna vez vistiese ese jardín, elocuente muestra de la ausencia.

Quiso volver, vaya que sí, tal vez en la plaza pudiera ser feliz, de otro modo, claro. No tardaría mucho en establecer su puesto de campaña cerca del ombú.
Sin embargo, todo hombre valiente que se preciara de serlo, hubiera entrado. ¿Él había dejado de serlo? ¿Él también había sido cambiado por el tiempo? No quiso eso para él, se rehusó, y entró.

Era la llave ancha. Costó abrirla, la tierra había trabado las placas de la combinación, hasta que la puerta se abrió.
Cualquiera que lo hubiera visto parado frente a la puerta de rejas abierta de par en par, con los brazos al costado del cuerpo, la expresión que mezclaba el llanto y la sensación de de resguardo, la decepción de la tragedia ya esperada hecha realidad y quién sabe cuántas otras sensaciones, hubiera dicho que la casa lo invitaba a entrar con los brazos abiertos. Pero él no podía ¿o no quería? Entrar. Cada segundo le trajo una sensación diferente y todas se mezclaron en una especie de tempestad arremolinada. La duda era su única seguridad.
Luego de eternos minutos inmóvil frente a las rejas, entró, cruzó el pequeño pasillo hasta la puerta de entrada ajada por el sol y el tiempo. Otra vez inmóvil y con aquel remolino desatado en su interior, se esforzó por encontrar rápidamente la llave. No fue tan rápido como quiso pero la encontró, y la inercia lo llevó a abrir la puerta.
Quería cerrar los ojos, más que nunca quería no haber ido, pero fue valiente y no solo abrió los ojos, precipitó todos los sentidos siguiendo a la puerta que lenta y ruidos (tan familiar) se abría ante él como las puertas hacia un viejo reino de épocas sofocadas por el lento monstruo que es el tiempo.

La casa… la casa… estaba gris, estaba muerta, era el fósil recuerdo de un gigante dentro del que él creció. La realidad lo había abofeteado muchas veces, pero nunca lo había atropellado de tamaña forma.
Su cara comenzó a desmoronarse mientras el tiempo se volvía a detener en su mente; otra vez inmóvil frente a la grandeza de los efectos del tiempo, que sin pausa destruyó todo rastro de lo que había sido de su vida.

No había podido entrar hasta que una ráfaga de recuerdos en forma de esencia, de aroma llegó y todo volvió a vivir para él, su expresión cambió, levantó la vista y, ahora sí, quiso entrar, quiso explicarse por qué el tiempo no había podido matar ese inconfundible aroma a hogar.
Ahora estaba en casa, ahora podría volver a descansar después de 25 años de dormir con un ojo abierto.

Lentamente entró a la casa y la redescubrió poco a poco. Los colores de las paredes, amarillas y añejadas por la humedad, el polvo y el tiempo, tiempo que ya no recuperaría jamás, eran sólo una parte del alto precio que pagó por un error, que 25 años en su pesadilla hecha calabozo le hicieron reconsiderar, entender y enmendar. Ahora sería más frío, más calculador y menos humano que antes.

Su caminata fue eternamente lenta, era un explorador, sin machete ni sombrero borsalino, pero llegó luego de mucho tiempo, al baño donde antes se había visto con pelo, joven, sano. El impacto de su imagen en el espejo, la imagen de un hombre de cabeza afeitada, viejo, con la cara llena de cortes y pliegues lo trajo de nuevo a la realidad, fue otro golpe respetable que la vida le dio. Nada como la agriedad de aquella imagen para desatar otro tifón de sensaciones. Un dolor en el pecho que no lo dejaba tragar ni respirar y en su mente una película hecha con imágenes de tiempos felices, en familia, sus hijos cuando lo amaban y el cabello de su esposa, su perfume, su sabor, su cara tan bonita como nunca. Todo, todo lo que pasaba por la película estaba extinguido como un fuego apagado luego de días de arder.
Extraño todo eso, y se preguntó cómo haría para encontrar nuevamente a esas personas por las que hoy daría la vida pero que seguramente jamás puedan volver a reconocerlo siquiera. Ahora no era más que una asquerosa mezcla entre desertor y exiliado sin derecho alguno a asomarse a esas vidas que el idealiza felices. Tal vez su sueño cumplid sea poder verlos desde el anonimato sentado detrás de un diario en un banco de plaza, sintiendo el sabor amargo de saber que jamás volvería a poder disfrutar de un momento con ellos, poder hablarles o rogar su perdón y misericordia. Saber que realmente no lo merece es lo más duro. Porque desde el día que decidieron dejar de visitarlo, tuvo la certeza del desamor y el rechazo consecuencias de su error. La sentencia más dura no fue la del juez, sino la de su familia que lo  crucificó, mirando al cielo de sus culpas desahuciado. Le mataron todas las esperanzas de ser perdonado y volver a tener esa vida que hoy desgarra sus entrañas haber perdido.

Pero ya nada vuelve el tiempo atrás. Tal vez algún día rehaga su “vida”, si puede ser vida lo que se avecina para su futuro, una vida reducida a trabajos para ex policías de culo sucio y legajos borrosos. Noches llenas de excesos incapaces de curar ninguna herida. De vez en cuando algún ave de paso, como pañuelo cura-fracaso.
Luego de recorrer la casa entera, solo pudo caer al suelo rendido ante un día que lo exprimió y simplemente volvió a descansar, en casa, pero exiliado de la vida como un perro esquivo.
Así fue un día en la vida de alguien que vuelve del infierno.