Pablo tenía un muy buen día, un día fabuloso. Lo había sido desde la mañana cuando Ana, su madre lo recibió en la cocina con un desayuno de rey. Jugo exprimido de las naranjas de Coca, la vecina de la casucha contigua.
Unas tostadas hechas con la tostadora nueva de Ana, esa que recibió la semana anterior en su cumpleaños. Ana había untado prolijamente cada una de las cinco tostadas con manteca y dulce de leche, caseros, lógicamente. Pablo estaba casi seguro de que era pan Fargo, su preferido.
Las tostadas eran perfectas, tenían la temperatura justa y eran de la textura y color más maravillosos. Por fuera eran crocantes y morenas, pero en el corazón del pan yacía el centro blanco, blandito, aireado y cálido, nada muy lejano a una almohada.
El café con leche…. No existe realmente una receta para hacerlo pero Ana seguramente hacía el mejor en todo Entre Ríos. Pablo ya tenía la panza llena y calentita, ¿Qué más podía pedir?
Así cualquier domingo podía ser el mejor, a pesar de arrancar a las 5.30 de la mañana. Además era febrero y para Pablo realmente no existieron los domingos hasta marzo. Con una alegría fuera de lo normal, pero racionalmente explicable, Pablo caminó apurando el paso hacia su vieja bici, y seguramente ese día era más linda que nunca antes.
Salió por la puerta pequeña procurando que ésta no hiciera mucho ruido, todos duermen, todos quieren dormir, y todos quieren que su respectivo diario llegue a casa a horario. Esa también era tarea de Pablo.
Pedaleó y las siete cuadras fueron más cortas que nunca, llegó muy rápido al quiosco de Don Carmelo, quién le habia regalado la vieja bici a Pablo, y le encomendado, sabiendo de sus necesidades económicas, que repartiera los diarios por todo Febre.
Pedaleó y las siete cuadras fueron más cortas que nunca, llegó muy rápido al quiosco de Don Carmelo, quién le habia regalado la vieja bici a Pablo, y le encomendado, sabiendo de sus necesidades económicas, que repartiera los diarios por todo Febre.
Don Carmelo, desde hacía unos meses había dejado de repartir los diarios, ya que su artrosis no lo dejaba pedalear y digamos que él y Pablo estaban unidos por la necesidad.
Entonces Pablo cargó los diarios y salió, ya no necesitaba el machete de los clientes, sus catorce años le daban una envidiable memoria, eso decía Don Carmelo.
El recorrido parecía más atractivo. Lo que puede hacer un buen desayuno es increíble, hoy Pablo era la alegría andante y se notaba a la lengua. Silbaba y cantaba solo en las calles de polvo y tierra. Pensaba en dónde habría estado el Pucho, su perro, que cada noche salía a hacer de las suyas por el pueblo. Esta mañana no estaba en casa y eso significa que tuvo una noche larga, tal vez no llegue hasta pasado el mediodía.
Entre pensamientos y ganas de llegar a casa, ya con un sol que le ató el buzo de su primo Hernán a la cintura, Pablo llegó a uno de sus últimos clientes, Daniel.
Daniel estaba tirado, ya desde temprano, bajo su hermoso Torino 69’ .Según Pablo, eran ya más de las ocho y eso es temprano para un domingo. La nueva casa de Daniel estaba alejada del pueblo y tenía un terreno considerable, unas cuantas hectáreas. Daniel lo saludó y se levantó a recibir el diario.
– ¿Qué me cuenta Pablito?, espero que hoy traiga buenas noticias – dijo con esfuerzo Daniel mientras se levantaba del suelo.
Daniel estaba tirado, ya desde temprano, bajo su hermoso Torino 69’ .Según Pablo, eran ya más de las ocho y eso es temprano para un domingo. La nueva casa de Daniel estaba alejada del pueblo y tenía un terreno considerable, unas cuantas hectáreas. Daniel lo saludó y se levantó a recibir el diario.
– ¿Qué me cuenta Pablito?, espero que hoy traiga buenas noticias – dijo con esfuerzo Daniel mientras se levantaba del suelo.
– Acá trabajando un poco, ¡qué hermoso el toro! ¿Le falta mucho para andar?
– No falta nada. Estoy revisando todo por última vez así hoy lo puedo llevar al Nico a dar una vuelta. Hoy cumple 10.
– ¡Qué bueno! Lo felicito. Nos estamos viendo Daniel – se despidió Pablo
– Cuídese Pablito
Daniel ojeó el diario del domingo, tenía las manos engrasadas y no podía mirar con mucho detalle, pero pudo asegurarse de que aquel domingo era el 23 de febrero de 1986 era un día hermoso y el cumpleaños número 10 de Nicolás. El tema principal del Clarín era algo respecto del mundial, y había también temas de política, pero Daniel no era gran aficionado a la política. Volvió al auto, dejando de lado el diario
Ése Torino era el sueño de Daniel y su hijo, Nico. La historia del auto se remonta al tío difunto de Daniel.
Ése Torino era el sueño de Daniel y su hijo, Nico. La historia del auto se remonta al tío difunto de Daniel.
Un día de julio de 1984 el tío Cosme llamó a Daniel a su casa de Maciá a unos cuantos kilómetros del pueblo de Febre. Lo llamó para cederle una casa alejada del pueblo. La casa estaba en buen estado y contaba con un gran galpón aparentemente vacío, y para mejor estaba en Febre. Cosme venía muy mal de los pulmones, nunca, desde sus 17 años había dejado de fumar y de alguna manera sus ojos perdidos sabían cuan poco le quedaba aquí con nosotros. Cosme se llevaba muy mal con sus otros sobrinos, y con Daniel nunca se llevó bien, pero era el que mejor le caía de todos, su mujer había muerto 4 años antes, nunca pudieron tener hijos, así que Cosme sólo pudo pensar en Daniel para darle la casa que fuera para sus hijos.
Unas dos semanas después, Cosme murió en una crisis de tos. Lo encontraron sentado frente a la tele, creen que se ahogó con la sangre que despidió de los pulmones.
Días después de la muerte de Cosme, terminó de estallar la guerra conyugal en el hogar de Daniel y Graciela. Así, luego de pesadas discusiones, decidieron que por bien de los tres (Daniel, Graciela y Nicolás, en aquel entonces de 8 años) deberían pasar un tiempo separados, haciendo sus vidas, en “paz”.
La separación llevó a Daniel a “dormir en el sillón”, obligándolo a ocupar la casa que fuera del tío Cosme. Él tenía en mente vender la casa, pero las lógicas circunstancias lo llevaron a sacar provecho de su inmerecida herencia.
Unas dos semanas después, Cosme murió en una crisis de tos. Lo encontraron sentado frente a la tele, creen que se ahogó con la sangre que despidió de los pulmones.
Días después de la muerte de Cosme, terminó de estallar la guerra conyugal en el hogar de Daniel y Graciela. Así, luego de pesadas discusiones, decidieron que por bien de los tres (Daniel, Graciela y Nicolás, en aquel entonces de 8 años) deberían pasar un tiempo separados, haciendo sus vidas, en “paz”.
La separación llevó a Daniel a “dormir en el sillón”, obligándolo a ocupar la casa que fuera del tío Cosme. Él tenía en mente vender la casa, pero las lógicas circunstancias lo llevaron a sacar provecho de su inmerecida herencia.
Es difícil no ver que Daniel, no podía entre trabajar en la YPF del pueblo y “vivir” por sí solo. Las tareas del hogar se le hicieron complicadas y sus tiempos no eran los mismos, sin tener en cuenta las desabridas y poco sanas cenas y almuerzos que él pudiera preparar.
No olvidemos que Daniel es humano, y si hay algo que el humano hace es adaptarse. Él lo hizo a la perfección, y a su tiempo, pero jamás se acostumbró a no tener a Nicolás junto a él todos los días.
Sin embargo, justo cuando Daniel pudo comenzar a adaptarse a esa nueva “vida” de soledad e independencia, el tiempo en casa se hizo mayor y pudo comenzar a poner la casa de Cosme como el hogar de Daniel.
Fue un viernes de fines de agosto del 84’ cuando a las 2.30 de la madrugada, el ya desvelado Daniel, había cortado el pasto de todo el terreno, y se disponía con una fuerza no común para alguien que trabajó casi 10 horas los 5 días anteriores de esa semana, a limpiar el galpón, el garaje.
Fue un viernes de fines de agosto del 84’ cuando a las 2.30 de la madrugada, el ya desvelado Daniel, había cortado el pasto de todo el terreno, y se disponía con una fuerza no común para alguien que trabajó casi 10 horas los 5 días anteriores de esa semana, a limpiar el galpón, el garaje.
No es extraño que no lo hubiera visto mas que superficialmente, no tuvo ni un instante entre churrascos secos e intentos de tucos, todo sumado al trabajo y la limpieza del hogar. Tan poco fue su tiempo, que ni pudo cruzarse con algún ave de paso, algún pañuelo curafracasos.
Así, después de horas de jardinería improvisada, Daniel abrió de par en par el pesadísimo portón oxidado del galpón. El galpón estaba lleno de ratas y aromatizado por años de encierro. Pero repentinamente algo le llamó la atención, había algo, detrás de una gran escalera acostada.
Sin duda era la figura de un auto, contorneada por una pesada tela, un tipo de sábana y, obviamente un apasionado de la mecánica y de los motores como lo era Daniel, jamás podría soportar la intriga de qué pudiera ser aquello debajo de la sábana.
Sin duda era la figura de un auto, contorneada por una pesada tela, un tipo de sábana y, obviamente un apasionado de la mecánica y de los motores como lo era Daniel, jamás podría soportar la intriga de qué pudiera ser aquello debajo de la sábana.
No corrió, pero, sin dudas hubiera querido hacerlo. A los saltos, como un niño y sonriendo, sin embrago, caminó. Caminó eternos pasos hacia la figura. Se aferró a la tela y de un tirón descubrió un hermoso Torino, si su Torino 69’.
No entendió, nunca había visto ese auto. ¿Era acaso eso algo importante ahora? Estaba frente al auto de sus sueños.
No entendió, nunca había visto ese auto. ¿Era acaso eso algo importante ahora? Estaba frente al auto de sus sueños.
Lo único que atinó a hacer, con la boca aún abierta, fue abrirlo suavemente, abrió realmente de lujo. Buscó la llave, pero en el habitáculo no estaba, media hora de investigación exhaustiva e incluso obsesiva lo establecen. Frenéticamente la buscó por todo el galpón polvoriento y sucio.
Estaba frustrado, se decidió a disfrutar de la vista de tamaño motor frente a sus ojos. Abrió el capó y solo pudo horrorizarse, no había motor
Pero si estaba la llave y los papeles del auto.
El mismo sábado que le siguió al viernes del descubrimiento llamó a un teléfono que había entre los papeles, guiado sin duda por algo que estaba fuera de él.
– Diga – vociferó una voz ronca, que supo juntar años
– Emm, si soy… bueno soy Daniel – eso fue más dudar, que presentarse. Es lógico, estaba pisando en un charco lleno de quién sabe qué.
– No se equivocó el viejo – era obvio, se refería a Cosme
– Llamo porque…
– Encontraste el toro – lo cortó
– Si, pero cómo…
– En 20 minutos en la plaza, frente a la iglesia – no perdió la costumbre de cortarlo
– Si, ¡sí!
Cortó el teléfono con fuerza y Daniel despegó de un sobresalto la oreja del teléfono. Ahora sí, no entendía absolutamente nada.
Apuró el café, que esta vez estaba frío. Y muchas otras, había estado muy, muy caliente.
Buscó su mejor campera, agarró las llaves de la F250 y salió de la casa haciendo malabares con las llaves, los documentos y la billetera. Se subió a su camioneta y salió, sin escalas a la plaza. Siempre amó la velocidad, pero hoy la necesitaba.
Apuró el café, que esta vez estaba frío. Y muchas otras, había estado muy, muy caliente.
Buscó su mejor campera, agarró las llaves de la F250 y salió de la casa haciendo malabares con las llaves, los documentos y la billetera. Se subió a su camioneta y salió, sin escalas a la plaza. Siempre amó la velocidad, pero hoy la necesitaba.
No le sobraba el tiempo, tenía que llegar desde las afueras del pueblo, hasta la plaza.
Durante el viaje imaginó qué le daría aquel hombre de voz ronca, lo imaginaba gordo y fumador.
Durante el viaje imaginó qué le daría aquel hombre de voz ronca, lo imaginaba gordo y fumador.
Fumaba, claro que sí, pero era alto y flaco el pelo entre blanco y amarillo, como si el hollín de su cigarro opacara sus cabellos añejos. Jamás dudo quién era, era el único que estaba en la plaza llena de barro a las 10 de la mañana, con un frío que castigaba y una garúa que llamaba al temporal, el viento se levantaba como si estuvieran todos los ancestros en contra de ello, del encuentro.
Carlos tiró el cigarro a medio fumar y le dio la mano a Daniel, una mano áspera y fornida, pero fría. La cara de Daniel no era más que un signo de interrogación. Carlos vio la cara de Daniel y tomó la delantera en la charla.
– Me llamo Carlos. Sé que me llamaste porque encontraste el toro del viejo. No tiene motor es verdad, el motor lo tengo yo – lo dijo aliviado – tu tío quería asegurarse de que vos lo tuvieras y yo esperaba vivir para cumplir mi promesa.
– ¿Qué promesa? – a cada palabra de Carlos, Daniel entendía menos
Carlos se rió, en realidad, lo intentó, ya que una tos seca, así, como la de Cosme, le cortó cualquier intento de risa.
– Fuimos muy amigos ¿sabes? – ahora era profundo, su mirada buscaba un punto de fuga, quería hablar, contarle, pero a la vez era demasiada apertura (desnudez) para un hombre de su tipo, supuestamente duro y fuerte – en fin, le debo un favor y vos estas destinado a... – evitó toda apertura o confesión
– Bueno, acá estoy, ¿donde lo puedo ir a buscar? Al motor, digo
– Yo te guío, vamos
– Ah, y… el auto digamos, ¿es mío?
– Si hombre, eso ya está hecho
Carlos era un hombre grande, incluso más viejo que el tío Cosme, pero también disfrutaba de andar rápido. Viajaron por un largo tiempo y llegaron a Maciá, el pueblo del tío Cosme, allí en otro galpón yacía el corazón, el motor del Torino.
– Está fundido – sentenció
La cara de Daniel no era feliz. Pero tenía en mente armarlo de todas formas. Esa misma noche empezó a desarmar el corazón del Torino.
Así fue que decidió que el regalo de cumpleaños de Nico fuera sentir la sensación de volar, Nico iba todas las tardes después de la escuela a buscar a su padre a la YPF para ir al galpón del tío Cosme a armar el toro, muchas veces mintiendo a Graciela, que trabajaba el día entero en el 67, el restaurante más grande de Febre.
Fueron dos años de oro para padre e hijo. Es mas también lo fueron para Daniel y Graciela, que comenzaron a llevarse mejor y ambos estaban en pareja, no compartían asados los fines de semana, pero se saludaban cordial y sinceramente.
Así fue que decidió que el regalo de cumpleaños de Nico fuera sentir la sensación de volar, Nico iba todas las tardes después de la escuela a buscar a su padre a la YPF para ir al galpón del tío Cosme a armar el toro, muchas veces mintiendo a Graciela, que trabajaba el día entero en el 67, el restaurante más grande de Febre.
Fueron dos años de oro para padre e hijo. Es mas también lo fueron para Daniel y Graciela, que comenzaron a llevarse mejor y ambos estaban en pareja, no compartían asados los fines de semana, pero se saludaban cordial y sinceramente.
Nico aprendió y se contagió de la pasión del padre.
Un año y medio luego de comenzada la restauración, el auto fue puesto en marcha por Nico, y Daniel tuvo que taparse la cara para esconder una lagrima que caía por su mejilla, si, si era feliz. Habían prometido probar la sensación de volar en el décimo cumpleaños de Nicolás.
A pesar del pacto, Daniel terminó de preparar el coche aquel domingo alrededor de las 8 de la noche y antes de pasar a buscar a Nico, agarró la ruta, la 26.
Aceleró, si, hasta el fondo aceleró, la noche estaba cayendo y las luces de los autos pasaban cada vez más rápido, los carteles del kilometraje sufrían una especie de deformación por lo rápido del movimiento del auto. Sólo faltaba un habano y un buen tema de Credence, el casette estaba en su lugar y el encendedor del Torino estaba calentándose mientras Daniel cantaba con el habano en la boca
Cuando el encendedor estuvo listo, Daniel lo sacó pero se quemó y como un reflejo sacudió la mano dejando caer el encendedor, no dudó en agacharse a buscarlo, ¿qué podría arruinar ése momento?
Una vez que cumplido su cometido, encendedor en mano, levantó la cabeza y volvió la vista a la ruta.
Demasiado tarde fue cuando las luces y el bocinazo de un camión enorme estremecieron hasta su última partícula de vida.
Sus manos apretaron el volante y lo hicieron crujir, el habano cayó, como buscando un refugio y sus pupilas se volvieron diminutas en un instante. Todo, todo estaba perdido, se sorprendió de lo rápido que podía pensar alguien en esa situación. Él no vio su vida cual diapositivas, sino que pasaron frente a él miles de sensaciones y jamás encontró razón lógica a por qué estaba allí en ese instante, nada tenía razón lógica. Aunque todo parecía planeado. También tuvo tiempo de entenderse como un buen hombre, con sus errores humanos.
Sus manos apretaron el volante y lo hicieron crujir, el habano cayó, como buscando un refugio y sus pupilas se volvieron diminutas en un instante. Todo, todo estaba perdido, se sorprendió de lo rápido que podía pensar alguien en esa situación. Él no vio su vida cual diapositivas, sino que pasaron frente a él miles de sensaciones y jamás encontró razón lógica a por qué estaba allí en ese instante, nada tenía razón lógica. Aunque todo parecía planeado. También tuvo tiempo de entenderse como un buen hombre, con sus errores humanos.
Se vio también como un hombre feliz y hasta tuvo tiempo de agradecer de los hermosos dos años (raros, sí, pero hermosos) que le dio la vida de forma tosca y que él o su destino le supieron hacer pulir. Tuvo tiempo también de agradecer estar solo y de haber “traicionado” el pacto con Nico.
Este trance duro pocas décimas de segundo y al volver de él, empapado de sudor, atinó a volantear hacia la derecha intentando volver a su carril, pero el auto se fue de control e hizo volcar al camión.
El Torino estaba en llamas y Daniel sólo podía seguir agradeciendo rodeado de sus propios alaridos.
El camionero murió al igual que Daniel y ese sueño paterno-fraternal de armar el coche juntos.
La vida de Nico fue de mal en peor, nunca superó tal traición, el viejo lo había dejado solo y vivo, acá, sin un padre y sin un sueño.
A los 20 viajó a Buenos Aires y a los 22 murió de sobredosis. Se drogaba escuchando el tema que, según los bomberos, aún sonaba en el Torino.
Tal vez estaba buscando la sensación de volar hacia la muerte que su padre había sentido, tal vez buscaba mojarle la oreja al destino y en esa sensación reunirse con Daniel.
En tanto Graciela, pudo salir de su depresión y poner su propio restaurante en Nogoyá. Muchos creían que estaba loca, pero todos los 23 de febrero compraba el Clarín y todos esos días un camión volcaba en la ruta 26. Todos los camioneros morían, lo extraño era que parecían intentar esquivar un auto…
Algunos dicen que ese auto es un Torino y que se escucha una canción de Credence y una frenada antes del desastre.
Algunos dicen que ese auto es un Torino y que se escucha una canción de Credence y una frenada antes del desastre.