El frío se deslizaba cual ágil ladrón por debajo de la
puerta, tan suave como la seda y tan penetrante como una aguja. Llegaba hasta
los huesos.
En la esquina de esa habitación sin ventanas y sin luces
encendidas, con la cabeza hundida entre las piernas estaba, sollozando derrotas
y nostalgias aquel hombre. Un hombre no muy adulto, aunque parecía que la vida
se había llevado sus años dorados. Entonces, así, parecía más viejo que en el
DNI.
Una .45 en la trémula mano derecha iba a ser gatillada por
el diablo, el demonio o la justicia divina. Pronto. Muy pronto
De pronto, como por obra de un milagro, abrió los ojos,
elevo apenas su cabeza y entre la distorsión que las lágrimas le producían pudo
ver la línea de luz amarilla y ocre que se delineaba por debajo de la puerta.
Quiso mirar al cielo.
Se arrepintió, eso no era para él.
Mientras gritaba enredado en su propio llanto y se hundía aún más en el colchón, su mente comenzó a recordar viejos tiempos.
Recordó a Mariel y su refulgente muñeca de trapo en navidad, recordó a Julián corriendo por el hermoso jardín que supo criar semana a semana.
Mientras gritaba enredado en su propio llanto y se hundía aún más en el colchón, su mente comenzó a recordar viejos tiempos.
Recordó a Mariel y su refulgente muñeca de trapo en navidad, recordó a Julián corriendo por el hermoso jardín que supo criar semana a semana.
Lloró más que nunca en su vida (o eso creía) cuando llegó Marilín.
Creyó llorar sangre y no sólo sal transparente. Desgastado como estaba, sin
embargo, recordó haberla conocido con un yeso en el brazo y la cara invadida de
acné. Los dos llenos de fuerza y vigor. Llenos de miedos y la adrenalina
necesaria para desafiarlos.
La vio, joven, hermosa y sonrió seca y amargamente. Recordó sus cuerpos trenzados en la semioscuridad del nido que ambos entibiaban. La recordó, toda. Y nunca dejó de escuchar su vos.
La vio, joven, hermosa y sonrió seca y amargamente. Recordó sus cuerpos trenzados en la semioscuridad del nido que ambos entibiaban. La recordó, toda. Y nunca dejó de escuchar su vos.
Los niños. Su imagen, otra vez sacudió lo poco que quedaba
de sus sesos.
Esta vez se arañó la cara, y ahora sí que lloraba sangre.
Esta vez se arañó la cara, y ahora sí que lloraba sangre.
La crianza de los niños era un sueño de ella, no de él. Pero
se lo concedió. Era un buen esposo.
Notó que la casa estaba llena de un profundo y frío hedor
sanguíneo que se inmiscuyó en su nariz, luego garganta y más tarde vientre.
Pocos minutos más tarde, un espasmo estomacal le hizo devolver la cena. Luego,
la sensación del calambre abdominal le retorció hasta los testículos.
Justo cuando sintió que no podía seguir, su mente jugó una última carta y se lo llevó de viaje.
Justo cuando sintió que no podía seguir, su mente jugó una última carta y se lo llevó de viaje.
Comprar la casa fue la victoria más grande que se computan.
Él y Marilín lo habían logrado en cinco años. Dos empleos para el caballero y
la dama cursó la carrera de abogacía mientras cuidaba niños durante las
tarde-noches.
El primer asado, lleno de familia y risas. El primer bebé,
que llenó la casa de brillo. Sus primeros años juntos.
Luego, inevitablemente, los años pasaron y llegó el primer
ataque, estaba solo y destruyó el proyecto de carpintería del sótano. Un
accidente para los demás. Una pesadilla inconclusa y con dos protagonistas en
primera persona para él. Jamás supo de dónde salió aquel hombre de cara
desencajada que rompió todo a su paso hasta llegar al desmayo y posterior
preinfarto.
Semana y media después tenía la salud de un potro y salía nuevamente a correr con el correcto vecino de junto. Manuel.
Seis meses después Manuel fue atropellado por un desalmado colectivo de línea.
Lo mismo con el perro de Mariel, salvo por el profundo y extraño corte de hacha en su lomo.
Nada que unas vacaciones de retiro en la montaña no pudieran remediar. Le habían venido como anillo al dedo.
Semana y media después tenía la salud de un potro y salía nuevamente a correr con el correcto vecino de junto. Manuel.
Seis meses después Manuel fue atropellado por un desalmado colectivo de línea.
Lo mismo con el perro de Mariel, salvo por el profundo y extraño corte de hacha en su lomo.
Nada que unas vacaciones de retiro en la montaña no pudieran remediar. Le habían venido como anillo al dedo.
Todo lo contrario para el encargado del hotel que resbaló y destruyó
sus anteojos, dientes y mandíbula contra el mostrador. Según el diario local,
el tablón del mostrador parecía haber sido mascullado por una criatura extraña.
El viaje de su mente se había vuelto obscuro y se remontaba
a muy lejos. Él ya no era ese. ¿No?
No, claro que no. Era un esposo ejemplar. Sacaba siempre la basura a horario. Los viernes por la tarde entraba a la casa con dulces y películas para los niños, y cosillas interesantes para él y Marilín. El sábado por la mañana era de Julián y durante la tarde Mariel patinaba en el club del barrio. La noche del sábado era la noche más romántica de la semana, cuyo puntapié inicial era una cena con velitas junto a Marilín. Los domingos eran de esparcimiento.
No, claro que no. Era un esposo ejemplar. Sacaba siempre la basura a horario. Los viernes por la tarde entraba a la casa con dulces y películas para los niños, y cosillas interesantes para él y Marilín. El sábado por la mañana era de Julián y durante la tarde Mariel patinaba en el club del barrio. La noche del sábado era la noche más romántica de la semana, cuyo puntapié inicial era una cena con velitas junto a Marilín. Los domingos eran de esparcimiento.
El resto de la semana era de casa al trabajo, del trabajo a
casa.
Este recuerdo de vida cotidiana le dio esa sensación de estar en casa que te da una manta caliente cuando salís de un gélido río. Pero segundos después volvió a ser consciente que todo era pasado. Todo había terminado.
Un disparo. Mucha sangre. Y mucha policía.
Este recuerdo de vida cotidiana le dio esa sensación de estar en casa que te da una manta caliente cuando salís de un gélido río. Pero segundos después volvió a ser consciente que todo era pasado. Todo había terminado.
Un disparo. Mucha sangre. Y mucha policía.
“La policía ingresó en la residencia Cassare por la fuerza,
guiados por llamados al 911 de vecinos que aseguraban haber escuchado gritos y
horas después, un disparo.
Los hijos del presunto asesino fueron ultimados con un
gancho y aparentemente destripados. Su esposa fue tirada desde lo alto de las
escaleras y vaciada de órganos en su totalidad.
Siguiendo el rastro de los mismos, los agentes de la fuerza
llegaron a la habitación de huéspedes.
Aparentemente, la falta de ventilación en la misma concentró el hedor de efluvios orgánicos provenientes de la esposa. Muchos de ellos en las fauces del cónyuge quien tenía marcado un mapa de arañazos en la cara y el pecho. El supuesto asesino terminó su vida con una .45. El barrio está conmocionado.
Según vecinos eran una buena familia.”
Aparentemente, la falta de ventilación en la misma concentró el hedor de efluvios orgánicos provenientes de la esposa. Muchos de ellos en las fauces del cónyuge quien tenía marcado un mapa de arañazos en la cara y el pecho. El supuesto asesino terminó su vida con una .45. El barrio está conmocionado.
Según vecinos eran una buena familia.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario