Aquel día no pude sentir mi propio dolor. Sin embargo, allí
estaba. Hoy lo sé.
Lo que sucedía era que el de Ella era mayor, más lógico y más importante que el mío. Tenía más derechos sobre aquella tragedia que yo. Y que cualquiera.
Así vi por primera vez la cara que veré siempre desde aquel el día negro y frío de la tragedia.
Sus ojos, desalineados. Sus pliegues, más profundos. Su dolor, más presente. Su fuerza, aún más desafiada (por más imposible que parezca) son lo que hoy mis ojos y los de cualquiera ven. Yo también puedo sentirlo, lo lamento por mí.
Acepto que por momentos me encanta recordar su antiguo rostro y sus dedos suaves y tibios que lavaban mi cara en miniatura, crispada a fin de evitar que el agua se colara por mis ojos dormidos.
Pero recuerdo aquella cara y no puedo evitar compararla con la nueva, la que sufrió un nuevo vendaval. Es allí cuando me desmorono
Lo que sucedía era que el de Ella era mayor, más lógico y más importante que el mío. Tenía más derechos sobre aquella tragedia que yo. Y que cualquiera.
Así vi por primera vez la cara que veré siempre desde aquel el día negro y frío de la tragedia.
Sus ojos, desalineados. Sus pliegues, más profundos. Su dolor, más presente. Su fuerza, aún más desafiada (por más imposible que parezca) son lo que hoy mis ojos y los de cualquiera ven. Yo también puedo sentirlo, lo lamento por mí.
Acepto que por momentos me encanta recordar su antiguo rostro y sus dedos suaves y tibios que lavaban mi cara en miniatura, crispada a fin de evitar que el agua se colara por mis ojos dormidos.
Pero recuerdo aquella cara y no puedo evitar compararla con la nueva, la que sufrió un nuevo vendaval. Es allí cuando me desmorono
Una vez (en el día negro)
prometí cuidarla más que a mí de mis propios terrores. Mientras me llevaba por
última vez el calor de mi ídolo.
Y juro que estoy listo para hundir la cara en medio del
fuego ardiente y aspirar con una sonrisa pintada en la cara el aire y el fuego vehementes.
Sólo para que ella vea más colores en el cielo. Sin importar cuánto duren los
segundos de desgarrante ardor, si es que existen, lo haría una y otra, y otra
vez.
Creo que la amo.
Lo que tengo por seguro es que ella me ama más. Porque me dio todo, hasta lo más valioso que tiene y tendrá. Su tiempo (algo que a su edad brilla cada vez más por su ausencia y escasez). También estoy seguro de que la admiro y de que necesito de ella tanto como respirar.
Es tal el tamaño del amor que le tengo (si, ahora estoy seguro) que cuando la vi recostada sobre su amuleto (ya en aquél momento era sólo eso) llorando e implorándole que ahora fuera feliz. Con la esperanza de que se encuentre con aquel amuleto que compartieron. Tengo la certeza de que hubiera querido gritar, pues toneladas de dolor colgaban de mis entrañas desgarrándome adentro. Desde la garganta al apéndice. Estirándolos con una expresión de morbo. Observando.
Lo que tengo por seguro es que ella me ama más. Porque me dio todo, hasta lo más valioso que tiene y tendrá. Su tiempo (algo que a su edad brilla cada vez más por su ausencia y escasez). También estoy seguro de que la admiro y de que necesito de ella tanto como respirar.
Es tal el tamaño del amor que le tengo (si, ahora estoy seguro) que cuando la vi recostada sobre su amuleto (ya en aquél momento era sólo eso) llorando e implorándole que ahora fuera feliz. Con la esperanza de que se encuentre con aquel amuleto que compartieron. Tengo la certeza de que hubiera querido gritar, pues toneladas de dolor colgaban de mis entrañas desgarrándome adentro. Desde la garganta al apéndice. Estirándolos con una expresión de morbo. Observando.
A pesar de todo, de mi necesidad imperante de gritar, no
grité. Fui respetuoso de su ritual. Debía respetarlos, era su último momento.
Entonces apoyé mi espalda en la pared y esperé a que mi dolor se hiciera líquida sal y en silencio sangré. Por ella. Por su dolor.
Entonces apoyé mi espalda en la pared y esperé a que mi dolor se hiciera líquida sal y en silencio sangré. Por ella. Por su dolor.
Jamás vi nada igual. Creo que además de ver dolor y
ausencia, vi amor. El amor más grande
que he visto hasta hoy. Ella con su espalda aullante de dolor, recostada, en
puntas de pie sobre Él, besándolo por última vez. Era el amor de su vida.
Esa es mi imagen del dolor, es lo que me hace llorar como un
recién nacido que siente el frío del mundo y comienza a extrañar el tibio amor
en el que nueve meses fue única e irrepetiblemente feliz.
A mi mente llegaron todas las historias de su dolor, todas las que conozco, con las imágenes que creé para cada una. En ese instante me di cuenta que aún es aquella niña que a los cuatro años vio su vida desmoronarse por primera vez, abrazando a una mamá que no lo era.
Me di cuenta cómo fue su cara al despedir un hijo de dos años.
A mi mente llegaron todas las historias de su dolor, todas las que conozco, con las imágenes que creé para cada una. En ese instante me di cuenta que aún es aquella niña que a los cuatro años vio su vida desmoronarse por primera vez, abrazando a una mamá que no lo era.
Me di cuenta cómo fue su cara al despedir un hijo de dos años.
Me di cuenta que esa cara es la misma que hace 70 años y es
la misma que todos los días me desea suerte con su corazón. La que durante la
noche reza por Él y, a veces, por mí. La que me formó. La que me enseñó tantas
cosas.
Estoy temblando, veo todo como bajo el agua y siento que no
puedo más, y esto es sólo el recuerdo.
Sé que soy un afortunado. También se que no lo merezco, pero
aún así la disfruto. Y Daría todo el tiempo que me quede por haber podido
abrazarla cuando lo necesitó. Por haber podido estar ahí. Me gustaría haber
sido su ángel. Porque ella es el mío. Lo sé, lo siento.
Hoy me necesita, hoy puedo abrazarla. Y lo hago, y lo haré.
No tiene tamaño, a veces dudo que sea real. Pero jamás dudo que es lo mejor que
tengo.
Ya no puedo seguir.
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