Caminaba
silbando y pateando latas solo, en medio del otoño puro, entre remolinos
ruiseñores de hojas amarillas y crocantes, oliendo el frío de aquella calle.
Pasó por mil melodías y sus pies ya no pisaban el suelo.
Juntaba unas cuantas hojas y las soltaba cual palomas, en el viento. Como un regalo de él a la vida. Como para devolverle un poco de todo lo libre que la vida lo había vuelto.
Pasó por mil melodías y sus pies ya no pisaban el suelo.
Juntaba unas cuantas hojas y las soltaba cual palomas, en el viento. Como un regalo de él a la vida. Como para devolverle un poco de todo lo libre que la vida lo había vuelto.
Los
autos brillantes y pulcros que pasan por las calles de duro y áspero gris dirían
que es un paria. Pero la felicidad de este niño de pelos blancos y rojizos es
inalcanzable realmente por ellos.
Este hombre flota mientras las melodías de su boca cuentan historias de magia y amor. Nosotros no podemos sacarnos el reloj, simplemente regalarlo a algún niño lloroso y correr entre las hojas riendo a carcajadas por cómo vuelan éstas a nuestro paso. Nosotros estamos muy ocupados trabajando en un futuro mejor y más feliz, para nuestros hijos, para nosotros, o para la mujer que amamos. Nosotros nos perdemos las cenas entre amigos, nosotros ya no leemos cuentos de hadas a medianoche sentados a los pies de una pequeña cama. Nosotros simplemente no tenemos tiempo para remontar barriletes los domingos por la tarde. Pero nosotros SI somos felices, nosotros NO somos parias.
A fin de año brindamos con espumas y dejamos caer lágrimas porque a cierta gente la vemos 4 veces al año, y porque a otra gente ya no la vemos más.
Este hombre flota mientras las melodías de su boca cuentan historias de magia y amor. Nosotros no podemos sacarnos el reloj, simplemente regalarlo a algún niño lloroso y correr entre las hojas riendo a carcajadas por cómo vuelan éstas a nuestro paso. Nosotros estamos muy ocupados trabajando en un futuro mejor y más feliz, para nuestros hijos, para nosotros, o para la mujer que amamos. Nosotros nos perdemos las cenas entre amigos, nosotros ya no leemos cuentos de hadas a medianoche sentados a los pies de una pequeña cama. Nosotros simplemente no tenemos tiempo para remontar barriletes los domingos por la tarde. Pero nosotros SI somos felices, nosotros NO somos parias.
A fin de año brindamos con espumas y dejamos caer lágrimas porque a cierta gente la vemos 4 veces al año, y porque a otra gente ya no la vemos más.
Y
aquél hombre de flecos danzantes y cabellos peinados por el otoño es un paria.
Aquel hombre juega todo el día con algún perro y se las arregla con Tito para
comer alguna nada entre los dos, compartida, porque así vale más.
Para él las calles no son tan grises, están graciosamente llenas de enredaderas y puentes. Llenas de besos adolescentes, correteos de los chicos y viejitos tomados de la mano.
¿Entonces también está loco?
Entonces comienza de nuevo a silbar la primer melodía, trayendo consigo a todos sus ancestros, sus amigos, sus personas. Todos de la mano giran alrededor del fuego sagrado y son felices, se ven las caras y lloran de alegría. Entonces nunca está solo. Nunca, aunque duerma en el frío de las noches y ya nadie le diga “hasta mañana”. Nunca, ni siquiera porque ríe de sus pensamientos, él solo, tampoco está solo porque ya ningún hermano lo vea más, ni porque su acaudalada hija y sus 2 nietecitos tengan nombres que ya no recuerda.
Él es feliz en Buenos Aires pateando latas de acá para allá, pensando que algún día quiere tomar el subte y escuchará su obra bohemia. La felicidad se la inventa, no tiene que comprarla, ni se la debe a nadie.
Sigue silbando y las bocinas infernales ya no se escuchan más, la noche ha detenido al viento juguetón y el frío toma otras dimensiones. Su silueta, desflecada, se pierde entre los puentes y enredaderas que nadie ve, su alma sigue descansando y su vida sigue girando alrededor de cosas pequeñitas…
Para él las calles no son tan grises, están graciosamente llenas de enredaderas y puentes. Llenas de besos adolescentes, correteos de los chicos y viejitos tomados de la mano.
¿Entonces también está loco?
Entonces comienza de nuevo a silbar la primer melodía, trayendo consigo a todos sus ancestros, sus amigos, sus personas. Todos de la mano giran alrededor del fuego sagrado y son felices, se ven las caras y lloran de alegría. Entonces nunca está solo. Nunca, aunque duerma en el frío de las noches y ya nadie le diga “hasta mañana”. Nunca, ni siquiera porque ríe de sus pensamientos, él solo, tampoco está solo porque ya ningún hermano lo vea más, ni porque su acaudalada hija y sus 2 nietecitos tengan nombres que ya no recuerda.
Él es feliz en Buenos Aires pateando latas de acá para allá, pensando que algún día quiere tomar el subte y escuchará su obra bohemia. La felicidad se la inventa, no tiene que comprarla, ni se la debe a nadie.
Sigue silbando y las bocinas infernales ya no se escuchan más, la noche ha detenido al viento juguetón y el frío toma otras dimensiones. Su silueta, desflecada, se pierde entre los puentes y enredaderas que nadie ve, su alma sigue descansando y su vida sigue girando alrededor de cosas pequeñitas…